sábado, 12 de marzo de 2011

Tiempo para amar

Se despertó en el motel junto a la carretera. Había dormido vestida. Salió fuera y observó el horizonte. Estaba sola en la inmensidad del desierto de Mojave.

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Todo está conectado con todo. Parece increíble, pero uno de tus átomos tal vez viviera en el ombligo de Cleopatra. Todo está conectado. Lo que tú hagas aquí y ahora terminará por crear una secuencia de acontecimientos que seguirán fluyendo durante siglos y siglos y así interminablemente. La vida a veces es increíblemente dura, todos vivimos en una realidad aparentemente fría, cruel e inconexa, pero no es así, la realidad es la misma para todos, compartimos el mismo espacio y tiempo y solo la muerte nos ofrece una certeza inexpugnable.

Carretera que atraviesa el desierto de Mojave
Todo lo demás se lo lleva el viento. Igual que el viento del desierto de Mojave que ahora golpeaba el rostro de Amy, nuestra protagonista de esta singular historia. Amy trabajaba de abogada en Detroit y había decidido dejar el trabajo una temporada y viajar sin más ataduras que una tarjeta de crédito. Todo eso lo podía hacer gracias al dinero de una herencia bastante generosa. 356.876 dólares para ser exactos que recibió de su difunto padre.

El mundo da vueltas sobre sí mismo. Lo mismo hacemos nosotros. Es como si repitiesemos la misma clase una y otra vez tratando de aprender algo y sin embargo, no parece que podamos aprender hasta que UNA GRAN LECCIÓN nos cae del cielo y nos golpea tan fuerte en la cabeza que rápidamente nos hace aprender de golpe y porrazo todo lo que necesitamos en ese momento.

Amy lo había dejado con su novio. Un tipo de California que tenía un negocio de perreras, algo que a ella no le atrajo nunca, bueno más bien le repugnaba. Así que ahora estaba sola, pero sola de verdad y por eso mismo, estaba haciendo un experimento. Con 30 años había decidido hacer un extraño experimento con su vida y su carrera.

Viajaría en coche sin rumbo por los Estados Unidos y no le diría que no a nada.

Constantemenete estamos tomando decisiones de forma activa y de forma pasiva. No hacemos algo por miedo a las consecuencias. Hacemos cosas pensando que nos van a reportar un beneficio, a veces muy a largo plazo y mientras tanto... nos olvidamos de vivir. Borramos de la cabeza que solo existe un tiempo que se llama presente y que el futuro y el pasado son abstracciones que nuestra mente puede hacer y que ello nos ha servido para construir nuestra civilización, pero al mismo tiempo es una trampa mortal. La trampa de la infelicidad.

Amy no quería estar más tiempo en esa trampa, por eso había decidido abrir las válvulas.

Subió al coche y pese a no querer tener ningún rumbo, no pudo evitar dirigirse a las montañas rocosas en donde vivía alguien muy especial para ella. El único hombre que había amado de verdad.

El amor es extraño, complejo, enormemente satisfactorio y sanguinariamente cruel. Cuanto más quieres menos percibes. Cuanto más das, más recibes. Si hay una regla para medir la madurez de una persona esa regla es la capacidad de amar a otras personas. Amy lo sabía. Había amado de verdad. Y todo el que ama de verdad en esta vida ya no se puede conformar con migajas. Uno entra en una nueva y certera dimensión en donde sabes que ya no se puede dar marcha atrás. El club del verdadero AMOR. Es difícil escapar ya. Alguien dijo que solo se ama una vez de verdad.

Pero Amy no creía eso. Ella pensaba que si se ama se puede amar infinitamente. Hasta donde uno quiera y tenga ganas de hacerlo sin más límite que la muerte. La fatídica muerte otra vez recordándonos que a la vuelta de la esquina de pronto se acaba todo de golpe. Y entonces ya no habrá más lecciones que aprender. No habrá más sufrimiento. Y no habrá más amor. No habrá nada.

Por eso Amy aceleró. Porque por un momento pensó que se le acababa el tiempo y quería verlo a toda costa. Necesitaba verlo.

Pero ni siquiera sabía si estaba vivo.