domingo, 20 de abril de 2025

Viento nordeste: el día que Laro y Maya soñaron con vencer a Roma

Hoy comparto un capítulo especial de mi novela Laro: la leyenda del árbol milenario. En este fragmento, Laro y Maya se enfrentan a su juventud, a la amenaza de Roma… y a las grietas que ya empiezan a abrirse entre los suyos. Es una escena que me emociona y que puede leerse sin haber leído el libro entero. Espero que os cale como a mí me caló al escribirla.

Primer libro

Capítulo 54: Viento Nordeste

El sonido de la cascada despertó a Laro de un profundo sueño. Miró a su alrededor y observó las plantas que crecían intrincadamente en la breña. Había hermosos robles y hayas en abundancia, un tejo prominente en la cercanía y multitud de diminutos arbustos que rodeaban el pequeño lago en donde caía el chorro de agua. Se vislumbraba con claridad una higuera cuyas hojas planeaban sobre el agua transparente y parecían querer arañar la pequeña poza con sus ramas. Laro abrazó el cuerpo de Maya y la besó repetidas veces.

—¿Nos bañamos? —preguntó Laro.

Maya movió afirmativamente la cabeza y con una sonrisa vol-vió a besar a Laro. Su rostro moreno rezumaba salud. Ambos se quitaron la ropa y fueron a saltar desde lo alto de la roca, como habían hecho muchas veces. Primero lo hizo Maya. Se lo pensó un poco, la altura era considerable. Finalmente, venció el miedo y dio un grito mientras se dejó caer por los aires hasta crear un gran estruendo al chocar con el agua.  

Luego saltó Laro, aún con restos de barro en las rodillas de su último entrenamiento, los músculos tensos por el esfuerzo. Su respiración era algo torpe, pero contenía la energía vibrante de quien no sabe aún medir sus fuerzas. El pelo, negro como la noche sin luna, le caía sobre los ojos. Uno de ellos ligeramente amoratado, recuerdo de un golpe mal encajado.

Gritó con la garganta áspera, aún acostumbrándose a su nueva voz, más grave, más incierta. Maya le respondió con una carcajada tan libre que parecía volar. Eran jóvenes, salvajes, sin dueño ni ley.

Laro nadó con brazadas poderosas, aunque algo desiguales, rompiendo el agua con urgencia hasta alcanzar a Maya. La rodeó con su cuerpo, cálido, jadeante, y la besó con una mezcla de torpeza y pasión que la estremeció.

Salieron del lago con la piel erizada y los labios húmedos. Subieron a la roca y se tumbaron como dos animales exhaustos que se entregan al sol, buscándolo como si fuera alimento.

Por un instante, no existía el clan, ni el bosque, ni el tiempo.

Era verano y el nordeste soplaba con fuerza, despejando el cielo y el ánimo. Ese viento, el favorito de Laro, dejaba el mar de un azul intenso. A menudo viajaban hasta los acantilados para contemplarlo, soñando con los mundos ocultos tras el horizonte.

—¡Jamás nos podrán echar de aquí! —dijo Maya, pensativa—. ¡Es tan injusto que vengan con sus legiones! 

Maya se incorporó y escudriñó los ojos de Laro que estaban cerrados, meditando, mientras el sol abrasaba su rostro en una cadencia infinita de sensaciones placenteras.

—¿Por qué? —insistió Maya.

Laro abrió los ojos y se incorporó. Le gustaba tumbarse al sol y fingir que todo estaba bien, que él y Maya formaban parte de un mundo en calma. Pero sabía que era una ilusión. Mientras siguieran saqueando a las tribus del sur, no habría paz. Roma no les permitiría vivir en armonía. Hispania entera estaba ya bajo su yugo, aunque los guerreros se negaran a aceptarlo.

—Los romanos quieren nuestra riqueza —respondió Laro—, quieren que seamos sus esclavos. Otros pueblos ya lo han aceptado, pero nosotros lucharemos hasta el final. 

—¿Crees que podemos hacerles frente?

—Si nos dividimos no conseguiremos nada. No tardarán mucho tiempo en mandar más tropas.

—¡Se querrán vengar! Dicen que sus venganzas son horribles. 

—¿Tienes miedo? —preguntó Laro.

—¡No! —contestó Maya, frunciendo el ceño y segura de sí misma—. Pero nadie ha conseguido vencer a Roma. 

—Es mejor no pensar eso —le aconsejó Laro—. Lo único que conseguirás es sembrar de dudas tu mente. 

—Me gusta cuando hablas así.

Laro le dedicó una sonrisa a Maya.

—¡Sigue! ¡Cuéntame más cosas! ¿Cómo nos podemos organizar?

—¡Tengo un plan! —aseguró Laro, mirando a los ojos de Maya con intensidad—. Tenemos que unir a todos los clanes. Unirnos con los vacceos.

—¿Los vacceos? —dijo Maya con una risotada—. ¡Nos odian!

—Hasta ahora sí, pero cuando vean que el destino que les tiene deparado Roma es mucho peor, querrán ser nuestros amigos. ¿Has oído hablar de Numancia?

—¡Sí! —contestó Maya—. Mi padre me habla muchas veces de ello. Fue una guerra terrible. 

—Tienes razón —admitió Laro.

—Hubo gente de aquí que fue a luchar a Numancia. 

—¡Así es! —contestó el muchacho—. Quisiera hablar con Alio cuanto antes. Por nada del mundo deben saber que estamos tratando de organizar un ejército.

—¿Un ejército? —dijo sorprendida Maya.

—¡Sí! ¡Organizaremos un ejército! ¡Nadie nos podrá detener y pararemos a Roma y su apetito descomunal! 

—¡Por Erudino! ¡Podríamos ser invencibles!

Se levantaron entusiasmados, se vistieron y después caminaron por el sendero que les conducía hasta el sancton, uno de los lugares favoritos de Laro y a donde iba cada vez con más frecuencia. 

Al llegar, se encontraron con Alio y Tolo. Habían encendido un fuego en las cercanías y estaban asando carne de cerdo. Tolo había traído en un caballo dos tinajas grandes de cerveza y la estaba sirviendo en unos vasos de madera. Le dio uno a Maya y luego rellenó otro para Laro.

—¡Brindemos! —exclamó Laro con una sonrisa. 

Todos brindaron y sonrieron felices, a excepción de Alio, que tiró la cerveza. 

—¿Qué te ocurre, Alio? —dijo Laro, extrañado—. ¿No quieres brindar?

Alio estaba claramente de mal humor. Maya le observó sin entender muy bien qué le ocurría. Parecía estar a punto de estallar. En ese momento Alio le clavó la mirada, pero no dijo nada. Luego miró a Laro. Por la lejanía se escuchaban el ruido de un nutrido grupo de muchachos aproximarse. 

—Pero ¿qué te ocurre?  —insistió Maya, impaciente.

Alio señaló con el dedo a Laro.

—¡No se brinda en un sancton! —proclamó conteniendo la ira—. ¡Estamos profanando la paz de los muertos!

Maya miró a Laro, confundida. Él no supo qué decir.

Alio tiró su vaso al suelo y se marchó.

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¿Quieres saber qué pasará con Laro, Maya y Alio? El viaje no ha hecho más que empezar...

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